Mientras los vehículos pasaban raudamente frente a nosotros, escuché que el niño casi en un susurro le dijo a la niña: “Tengo frío”. Sin mediar palabras, en un acto espontáneo y casi mágico, la niña se despojó de sus calzados y medias, y generosamente, con una sonrisa, los entregó al niño.
El niño se calzó rápidamente y junto a la niña subieron al primer transporte público que se detuvo para descender algunos pasajeros. Así, continuaron su jornada entregando estampas religiosas a cambio de monedas.
Entre las revueltas ideas que giraron en mi mente - tristeza, indignación e impotencia - cobró fuerza una fuerte sensación de admiración y respeto por ese gesto que, a pesar de todo, me llenó de esperanza. Un gesto de desapego material, solidaridad y respuesta inmediata ante la necesidad de otra persona, de manos de una niña de 8 años.